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    No me toques

    No me toques
     
    Juan 20:17 "Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. "
     
    Las mujeres no habían venido todas a la tumba desde la misma dirección. María Magdalena fue la primera en llegar al lugar; y al ver que la piedra había sido sacada, se fue presurosa para contarlo a los discípulos. Mientras tanto, llegaron las otras mujeres. Una luz resplandecía en derredor de la turba, pero el cuerpo de Jesús no estaba allí. Mientras se demoraban en el lugar, vieron de repente que no estaban solas. Un joven vestido de ropas resplandecientes estaba sentado al lado de la tumba. Era el ángel que había apartado la piedra.
     
    Se dieron vuelta para huir, pero las palabras del ángel detuvieron sus pasos. "No temáis vosotras --les dijo;-- porque yo sé que buscáis a Jesús, que fue crucificado. No está aquí; porque ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto  el Señor. E id presto, decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos."
     
    María no había oído las buenas noticias. Ella fue a Pedro y a Juan con el triste mensaje: "Han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto." Los discípulos se apresuraron a ir a la tumba, y la encontraron como había dicho María. Vieron los lienzos y el sudario, pero no hallaron a su Señor. Sin embargo, había allí un testimonio de que había resucitado. Los lienzos mortuorios no habían sido arrojados con negligencia a un lado, sino cuidadosamente doblados, cada uno en un lugar adecuado. Juan "vio, y creyó." No comprendía todavía la escritura que afirmaba que Cristo debía resucitar de los muertos, pero recordó las palabras con que el Salvador había predicho su resurrección.
     
    María había seguido a Juan y a Pedro a la tumba; cuando volvieron a Jerusalén, ella quedó. Mientras miraba al interior  de la tumba vacía, el pesar llenaba su corazón. Mirando hacia adentro, vio a los dos ángeles, el uno a la cabeza y el otro a los pies de donde había yacido Jesús. "Mujer, ¿por qué lloras?" le preguntaron. "Porque se han llevado a mi Señor --contestó ella,-- y no sé dónde le han puesto."

    Entonces ella se apartó, hasta de los ángeles, pensando que debía encontrar a alguien que le dijese lo que habían hecho con el cuerpo de Jesús. Otra voz se dirigió a ella: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?" A través de sus lágrimas, María vio la forma de un hombre, y pensando que fuese el hortelano dijo: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré." Si creían que esta tumba de un rico era demasiado honrosa para servir de sepultura para Jesús, ella misma proveería un lugar para él. Había una tumba que la misma voz de Cristo había vaciado, la tumba donde Lázaro había estado. ¿No podría encontrar allí un lugar de sepultura para su Señor? Le parecía que cuidar de su precioso cuerpo crucificado sería un gran consuelo para ella en su pesar.

    Pero ahora, con su propia voz familiar, Jesús le dijo: "¡María!" Entonces supo que no era un extraño el que se dirigía a ella y, volviéndose, vio delante de sí al Cristo vivo. En su gozo, se olvidó que había sido crucificado. Precipitándose hacia él, como para abrazar sus pies, dijo: "¡Rabboni!" Pero Cristo alzó la mano diciendo: No me detengas; "porque aun no he subido a mi Padre: mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." Y María se fue a los discípulos con el gozoso mensaje.
     
    Jesús se negó a recibir el homenaje de los suyos hasta tener la seguridad de que su sacrificio era aceptado por el Padre. Ascendió a los atrios celestiales, y de Dios mismo oyó la seguridad de que su expiación por los pecados de los hombres había sido amplia, de que por su sangre todos podían obtener vida eterna. El Padre ratificó el pacto hecho con Cristo, de que recibiría a los hombres arrepentidos y obedientes y los amaría como a su Hijo. Cristo había de completar su obra y cumplir su promesa de hacer "más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ophir al hombre." En cielo y tierra toda potestad era dada al Príncipe de la vida, y él volvía a sus seguidores en un mundo de pecado para darles su poder y gloria.
     
    “No me toques”   El griego(jáptomai , apegarse, tocar, manejar) puede interpretarse con el significado de "deja de tocarme" (lo que implicaría que María estaba abrazando los pies de Cristo), o "detén el intento de tocar". Este es indudablemente el significado aquí. La objeción no indica que hubiera sido pecaminoso o malo tocar el cuerpo resucitado.   Más bien apremiaba el tiempo. Jesús no quería detenerse para recibir el homenaje de María. Primero deseaba ascender a su Padre para recibir allí la seguridad de que su sacrificio había sido aceptado. Después de su ascensión temporaria, Jesús permitió sin ninguna protesta que lo tocaran (Mat. 28: 9); lo que ahora le pedía a María era que pospusiera ese acto.
     
     
    Referencias:
    Biblia Reina Valera, 1960
    Deseado de todas las gentes, pag 743,744
    Comentario bíblico adventista, pag. 1042
    Diccionario bíblico strong


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